Exilio judío en Ecuador

Ex miembro del equipo Astrid

Los destinos más conocidos para los refugiados judíos alemanes durante el Holocausto eran Estados Unidos, Inglaterra, Suiza u otros países vecinos que parecían seguros antes del inicio de la guerra. Sin embargo, obtener una visa para ingresar a Estados Unidos resultaba complicado, y con el comienzo del conflicto bélico se volvió aún más difícil, mientras que Europa dejó de ser un lugar seguro. Por esta razón, países “exóticos” como Ecuador se convirtieron en destino para los refugiados judíos “tardíos”, quienes, desesperados por huir de Europa y escapar del genocidio —especialmente después del pogromo de noviembre de 1938—, buscaron refugio en lugares más remotos. En la primavera de 1936, solo vivían alrededor de 150 judíos alemanes en Ecuador. La migración alcanzó su punto máximo en 1939, y para 1943 entre 3.500 y 4.000 refugiados habían llegado al país.

“No queríamos venir a Ecuador. Llegamos aquí por casualidad, no había otro país que quisiera aceptarnos. Excepto Bolivia y Shanghái.” Esta es la historia de muchos migrantes. La mayoría iba de embajada en embajada, rogando a los cónsules por una visa, ofreciéndoles sobornos y regalos, con la esperanza de salir pronto de Europa, de ir a cualquier lugar lejos del peligro.

Aunque la mayoría de personas nunca había oído hablar de Ecuador y no tenía idea de a dónde llegaba, no fue una coincidencia que muchos terminaran obteniendo una visa para este país: migrantes tempranos como Julius Rosenstock apoyaron los procesos de solicitud de visado y ayudaron desde Quito a gestionar visas a través de las embajadas europeas, primero para sus propios familiares y amigos. Posteriormente, se formó la organización benéfica judía HICEM, la cual fue reconocida formalmente por el gobierno ecuatoriano como contraparte de negociación.

El difícil camino hacia Ecuador

Una vez que se obtenían el pasaje y la visa (lo cual era bastante complicado, ya que se requería el pasaje para obtener la visa y viceversa), podía comenzar el largo viaje. Antes del inicio de la guerra, llegar a Ecuador tomaba entre tres y cinco semanas. Después de que estalló el conflicto, para algunos fue imposible salir; otros, creyéndose ya a salvo, tuvieron que regresar. Los barcos que sí lograban navegar lo hacían en convoy y a oscuras, debido al peligro de submarinos y ataques aéreos.

La mayoría de personas llegó a Ecuador desembarcando en Salinas, en la costa. El puerto de Guayaquil, hoy el más grande del país, aún no se había construido. Algunos pocos también llegaron vía Colombia, ingresando por Tulcán en la frontera norte. Salinas era un pequeño pueblo pesquero que ofrecía solo alojamientos y restaurantes muy básicos, y fue el primer choque cultural, como relató más tarde un inmigrante al recordar su llegada:
“Llegamos a tierra contentos, sin que nuestras maletas cayeran al agua. Pasamos por aduana hasta las 2 de la mañana. Nuestros primeros contactos con los ecuatorianos fueron muy agradables y amables. Excepto por el hecho de que revisaron completamente nuestras maletas… Bueno, entonces nos sentamos algo tristes e incómodos en un café de Salinas, no lejos de la playa y del edificio de aduana. Era increíblemente sucio y feo. Había moscas nadando en el café.”

Después de Salinas, la siguiente parada era Guayaquil, a la cual se podía llegar en ferrobús. Desde Guayaquil, muchas familias continuaban su viaje hacia Quito, con la esperanza de que “el clima de la capital, en lo alto de las montañas, fuera más parecido al que habíamos tenido toda la vida.” Hasta 1938, el trayecto en tren tomaba dos días, con una noche de descanso en Riobamba. A partir de entonces, el tren directo tardaba 12 horas en llegar a la capital. El recorrido en tren fue una experiencia inolvidable, atravesando desde las llanuras tropicales de la costa hasta los altos Andes con sus volcanes nevados. Como expresó un inmigrante: “La belleza era lo único que tenía claro que no iba a extrañar aquí.”

Quito, con sus edificios coloniales e influencias españolas, ofrecía ciertamente algunas familiaridades a los europeos que llegaban. Sin embargo, muchos de ellos habían vivido antes en grandes ciudades y encontraron que Quito era más bien un pueblo pequeño. Además, muchas cosas eran completamente distintas y tomaba tiempo acostumbrarse. Entre ellas estaban la impuntualidad de la gente, los autobuses públicos repletos hasta el máximo de pasajeros, y una sociedad profundamente dividida por clases sociales y por raza.

Negocios judíos en Quito

Una vez establecidos en Quito, los judíos tuvieron que encontrar una forma de ganarse la vida. Muchos comenzaron abriendo pequeños hostales o restaurantes, otros se dedicaron a la confección de ropa, abrieron panaderías, tintorerías, fábricas o comenzaron a vender productos delicatessen que hasta entonces no se encontraban en Ecuador. Algunas de estas empresas siguen existiendo hoy en día. Por ejemplo, una tienda de electrodomésticos pequeños se convirtió en una de las cadenas de ferreterías más grandes del país (Kywi), el Hotel Colón fue durante mucho tiempo uno de los más importantes de Ecuador, y la tienda de arte folclórico de Olga Fisch sigue operando en la actualidad.

Mientras algunos de los exiliados se establecieron en Ecuador, formando organizaciones culturales y religiosas, otros abandonaron el país tan pronto como pudieron. Algunos finalmente obtuvieron una visa para los Estados Unidos, mientras que otros partieron hacia Israel después de la fundación del Estado.

Si se observa con atención, aún hoy pueden encontrarse huellas del exilio judío en Ecuador. El sitio web Jews of Ecuador ofrece una excelente colección de recuerdos e información histórica.

Información y citas tomadas de: Kreuter, Marie-Luise (1995): ¿Dónde queda Ecuador? Exilio en un país desconocido. De 1938 hasta finales de los años cincuenta. Berlín: Metropol.

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